
Morena no se define por grupos, berrinches o acuerdos secretos: Avitia
Cada año, cuando se acerca el 8 de marzo, las redes sociales y las conversaciones cotidianas se llenan de los mismos comentarios. No sobre los feminicidios, la violencia que vivimos tantas mujeres, la falta de oportunidades o la desigualdad. No. Lo que genera sorpresa, críticas y hasta desprecio es que las mujeres marchen, griten, se desnuden y piten su cuerpo, lloren o protesten.
Es curioso. Cuando un equipo de fútbol gana un campeonato y los aficionados salen a celebrar, rayan y hasta destrozan mobiliario urbano y se le llama "pasión". Pero cuando las mujeres salen a exigir justicia, se nos llama exageradas, agresivas, radicales, inclusive feminazis. ¿Por qué? ¿Por qué molesta más una pared pintada que una vida arrebatada?
Marcho el 8 de marzo en gratitud por las mujeres que antes de mí lucharon para que hoy tenga derechos que antes se nos negaban. Marcho por las que no sobrevivieron en el camino, por las que siguen enfrentando violencia, por mí, por mi hija, por todas. Porque debería ser normal que cualquier mujer pueda salir a divertirse y regresar a casa sana y salva. Pero aún no lo es.
Me inquieta que muchas veces el dolor ajeno no nos sacude hasta que nos toca de cerca. Que solo cuando la violencia nos impacta directamente dejamos de cuestionar la lucha. Que hasta entonces entendemos que esto no es un capricho ni una exageración, sino una urgencia.
No quiero vivir en un mundo donde la indignación llegue tarde, cuando ya hay una víctima cercana. En mi mundo ideal, quisiera que, como sociedad, fuéramos empáticos, que asumiéramos la corresponsabilidad de informarnos, de reflexionar, de hacer la parte que a cada quien corresponda. Que dejemos de esperar a que sea nuestra madre, nuestra hermana, nuestra amiga o nuestra hija quien sufra violencia para levantar la voz.
Por eso, hago esta invitación:
Porque no somos ciudadanas de segunda clase. Porque “no” es “no”. Porque no queremos seguir contando historias de violencia, sino construir una realidad donde todas vivamos con dignidad y sin miedo.
Y aunque a veces parezca que avanzamos lento, tengo esperanza. Porque veo cada vez más personas cuestionando, aprendiendo, transformándose. Porque sé que el cambio es posible si lo asumimos juntas y juntos.
Este 8 de marzo, si aún no entiendes por qué marchamos, escucha. Pregunta. Reflexiona. No esperes a que te duela para darte cuenta de que este es un problema de todas y todos. Porque el cambio no depende de unas cuantas, sino de la voluntad colectiva de construir un mundo libre de violencia de género.