
Lo vinculan a proceso por supuesto fraude cercano al millón de pesos
En México hay una realidad: la grandeza novohispana poco se difunde y no se motiva el orgullo por esa etapa de nuestra historia. Salvo en el caso de la Décima Musa, no hay menciones frecuentes a personajes como Cabrera, oaxaqueño y pintor; Sigüenza y Góngora, chilango y uno de los primeros científicos criollos; Alzate y Ramírez, de Ozumba y editor de la Gazeta de Literatura Mexicana; Clavijero, el jesuita defensor del pasado indígena; Bartolache, fundador de la primera revista científica; o Diego Abad, michoacano que defendió el pensamiento ilustrado.
Hoy, como siempre, la antigua hacienda es un lugar de extrema belleza que, en los próximos días santos, se llenará de visitantes. La conocemos como General Cepeda y fue sede del marquesado de Aguayo. En sus cercanías se encuentran ricos depósitos paleontológicos y enigmáticos petroglifos.
En Donceles, Ciudad de México, un portal barroco nos invita a entrar a La Enseñanza, un templo que formó parte del complejo religioso que impulsó la pateña. Muy al estilo del señor Armenta, en el siglo XIX el gobierno expropió el inmueble y lo destinó a oficinas. Solo después de varias décadas, el espacio regresó a la Iglesia y volvió el culto.
Nació, dice Felipe Zúñiga y Fontiveros en una biografía de 1793, “en S. Francisco de Patos… el día nueve de Octubre de mil setecientos quince… sus ilustres Padres los Señores Don Joseph de Azlor Vitro de Vera y Doña Ignacia Xaviera Echeverz y Valdés Marquesa de San Miguel de Aguayo y Santa Olaya”. El tipo, un rico empresario y burócrata; la madre, varias veces viuda, descendiente de Urdiñola. Un día, Ignacia partió a la península y se unió a la orden fundada por Juana de Lestonnac. Regresó con un permiso de Fernando VI para traer al virreinato la Compañía de María. Con su fortuna construyó el convento y también el bello templo que, en su altar, tiene a la Virgen del Pilar.
La coahuilense cruzó en dos ocasiones el Atlántico y utilizó su fortuna para servir a Dios, fundar un centro educativo donde se daba servicio gratuito a muchas niñas y, con su orden religiosa, establecer un sistema educativo que sigue en funciones.
María Ignacia Azlor y Echeverz murió lejos del oasis que la vio nacer; fue sepultada cerca de la cratícula de la iglesia que se construía. Su cuerpo no se encuentra allí; la tumba está vacía, nos dice María Lourdes del Pilar, religiosa que nos guía en el templo.
La Compañía de María sigue formando niñas y niños en México y otros países de América. Gracias a Morena, ni lo español ni lo novohispano tienen buena fama en estos días. La polarización requiere enemigos, ciertos o ficticios, y los barbados españoles son los preferidos de un historiador trasnochado y sus cuates del Once.