
Sentencian a soldado de EU por feminicidio en Juárez
CHIHUAHUA, Chih., 1 de mayo de 2025.- Íñigo López de Oñaz y Loyola nació antes del 23 de octubre de 1491 en Azpeitia, Guipúzcoa, Corona de Castilla. De sí mismo decía: “hasta los veintiséis años de edad fue hombre dado a las vanidades del mundo, y principalmente se deleitaba en el ejercicio de armas, con un grande y vano deseo de ganar”.
Una herida de guerra lo cambió: “Su pensamiento y deseo vacilaban horas enteras entre conquistar el corazón de alguna dama, o dedicarse a imitar a San Francisco y a Santo Domingo”; se impuso lo segundo, fundó la Compañía de Jesús y, de paso, llegó a los altares con el nombre de Ignacio de Loyola.
La orden creció como la espuma, salió del viejo continente, atravesó el Atlántico instalándose en las Américas, y sus misioneros tocaron las puertas de Beijing. Férreos defensores de la Iglesia, obedientes al papa y diestros en las ciencias, los jesuitas son un ejército de Dios que inquieta y busca el Reino en la tierra. Son fieles a la frase: “No trabajaremos en la promoción de la justicia sin que paguemos un precio”.
Quinientos años después de fundada la Orden, un jesuita fue designado para ocupar la silla de Pedro. Un latinoamericano, argentino para ser exactos, con lo que eso implica: hijo de migrantes, víctima de las dictaduras y los gobiernos militares, hispanohablante y gente del sur. Jorge Mario es un sacerdote producto del Vaticano II y la Conferencia de Medellín, cercano a la Teología del Pueblo, corriente argentina de la Teología de la Liberación.
Desde el Cónclave donde resultó electo Ratzinger, sonó dentro de los favoritos, y se dice que obtuvo algunos votos. En la selección de los pontífices actúa el Espíritu Santo; pienso que la opción de Benedicto XVI fue la correcta: permitió que una buena dosis de ortodoxia marcara límites y resolviera algunos dilemas. La inusitada renuncia del papa alemán permitió la llegada de Bergoglio: el Espíritu, de nuevo, hace de las suyas.
El Papa no defraudó a quienes vieron su arribo con esperanza. Lo inusual se convirtió en cotidiano, y de entre los temas que irrumpieron destaca el medio ambiente y el cambio climático. Un sínodo, encíclicas, exhortaciones apostólicas, discursos y homilías trataron sobre el flagelo. El líder de los católicos no dudó en señalar al responsable de la destrucción: la ambición de un capitalismo salvaje.
En Laudato si´, el argentino dijo:
“Constatamos que con frecuencia las empresas que obran así son multinacionales, que hacen aquí lo que no se les permite en países desarrollados o del llamado primer mundo. Generalmente, al cesar sus actividades y al retirarse, dejan grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación, pueblos sin vida, agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación, empobrecimiento de la agricultura y ganadería local, cráteres, cerros triturados, ríos contaminados y algunas pocas obras sociales que ya no se pueden sostener”.