
Detienen ciudadanos a supuestas responsables de asalto
El tema del nepotismo volvió a colocarse en el centro del debate nacional. No por moda, sino por necesidad. Porque los casos siguen saliendo a la luz, y porque las redes familiares dentro del poder no solo persisten: se fortalecen. El problema ya no es únicamente que existan, sino que se normalicen, que se justifiquen con discursos de transformación mientras los privilegios se heredan. Morena aprobó una reforma constitucional para prohibir que familiares cercanos ocupen cargos de elección popular.
Pero decidió que entre en vigor… hasta 2030. ¿Por qué no ahora? Porque afectarían a quienes ya están dentro. Porque las estructuras familiares que operan en el partido y el gobierno no están dispuestas a soltar nada.
El caso más evidente es el de Andrés Manuel López Beltrán, hijo del expresidente López Obrador, quien hoy ocupa el cargo de Secretario de Organización de Morena, desde donde controla el padrón de militantes, forma comités de base y supervisa estructuras internas clave del partido.
No tiene un cargo electo, pero sí una influencia directa en la operación territorial y política del movimiento. Su presencia contradice lo que su propio padre prometió: que sus hijos no participarían en el gobierno. No hicieron falta cargos públicos mientras mantuvieran el control del partido. Y como él, muchos otros. Apellidos que se repiten en gobiernos estatales, federales y en el Congreso.
Están los Monreal, los Bartlett, los Sandoval, los Salgado, los Alcalde, los López Beltrán. Redes familiares que se entrelazan y se protegen, que distribuyen puestos como quien reparte herencias. Y mientras tanto, los discursos hablan de ética, de cambio, de igualdad.
Expertos como Marina Gómez-Robledo, de Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad, y Fernando Dworak, analista y consultor político especializado en temas legislativos, han señalado que esta reforma es meramente simbólica: no incluye sanciones, no tiene mecanismos reales de aplicación y está diseñada más para justificar que para transformar.
Es una medida para la tribuna, no para la realidad. En medio de esto, la presidenta Claudia Sheinbaum ha insistido en la necesidad de acabar con el nepotismo, de volver a la ética pública, de priorizar al país sobre los intereses personales. Pero sus llamados, aunque firmes, parecen chocar con la realidad de su propio partido.
Está atrapada entre lo que quiere hacer y lo que le permiten esas redes que vienen de tiempo atrás. Redes que no nacieron con su gobierno, sino que se consolidaron durante el de su antecesor… y que ahora no sueltan.
El nepotismo no se elimina con discursos ni se aplaza por decreto. Se enfrenta con reglas claras, decisiones valientes y congruencia. Si no se rompe esa lógica de poder heredado, todo lo demás será solo simulación. Porque mientras el gobierno se quede en familia, el país se queda sin futuro.