
Van 110 impugnaciones por resultados de elección judicial en Chihuahua
Y sucedieron las elecciones del Poder Judicial. Lo que debía ser un acto trascendental para el futuro del país, terminó por exhibir, una vez más, la profunda descomposición de nuestro sistema político y el preocupante desinterés ciudadano ante las decisiones que definirán la vida jurídica y social de los mexicanos en los años venideros. Pobre México, que no aprende de sus errores. Pobre justicia, hoy más politizada que nunca. Pobre el enjuiciado que termine con un juez inexperto, incapaz de resolver un caso de homicidio con la responsabilidad y competencia que exige la vida de otro ser humano.
En Chihuahua, los números son alarmantes. Solo el 11% de la ciudadanía acudió a votar. Y si hablamos de los resultados más específicos, encontramos que el magistrado con mayor votación apenas alcanzó 121 mil sufragios de entre más de 4 millones de habitantes. Esto representa apenas un 3% de respaldo popular. Peor aún, los menos votados —quienes también serán magistrados— recibieron apenas 56 mil votos, es decir, apenas un 1.5%. Esto no solo refleja apatía, sino también una preocupante falta de conciencia sobre lo que implica elegir a quienes juzgarán sobre la libertad, el patrimonio, e incluso la vida de las personas.
Este desinterés no surge en el vacío. Es el producto de un desgaste institucional que se ha agudizado durante el actual régimen, encabezado por la autodenominada Cuarta Transformación. Lejos de fortalecer las instituciones democráticas, la 4T ha promovido su debilitamiento sistemático, especialmente aquellas que representan contrapesos al poder. El desprestigio del Poder Judicial ha sido parte de una narrativa que busca legitimar su reestructuración bajo una lógica de obediencia política más que de competencia jurídica. Lo que está en juego no es solo la imparcialidad judicial, sino el futuro del Estado de Derecho en nuestro país.
Como ciudadanos, tenemos una última oportunidad en 2027. No podemos seguir viviendo en la indiferencia, dormidos en el sueño de los justos, mientras el país se desmorona frente a nuestros ojos. Esta no es una lucha ideológica; es una batalla por la seguridad, por el sustento familiar, por el empleo y las oportunidades. Es una lucha por el México que heredaremos a nuestros hijos.
En lo personal, como padre de familia, no puedo permanecer indiferente. Quiero un país donde mis hijos tengan acceso a oportunidades, donde la estabilidad económica no sea un lujo para unos cuantos, y donde la justicia no dependa del partido en el poder, sino de la ley y de la razón. La 4T está acabando con nuestro país, no con discursos, sino con hechos: debilitamiento institucional, centralización del poder y ataques sistemáticos a la oposición.
A los más de 66 millones de mexicanos que decidimos no apoyar a la 4T, les hago un llamado: pongamos un alto. No permitamos que el miedo o la apatía definan nuestro futuro. México merece más, y aún estamos a tiempo de recuperarlo