
Mira lo que hacen
Hace unos días, una conocida estadounidense me preguntó qué opinaba sobre los acontecimientos recientes, “las redadas”, en Estados Unidos. Me lo dijo con una sonrisa nerviosa, como tanteando el terreno. No sé si esperaba que coincidiera con ella o que me quedara callada. Lo que sí supe de inmediato es que no podía dejar pasar la oportunidad de decir lo que pienso: que esa política antiinmigrante es, además de extremista, profundamente deshumanizante.
Donald Trump ha construido buena parte de su carrera política sobre un discurso que estigmatiza a las personas migrantes, particularmente a quienes venimos de América Latina. La narrativa de “los delincuentes que cruzan la frontera” no solo es una mentira, es una forma muy cómoda de desviar la atención de los verdaderos problemas estructurales que vive Estados Unidos. En su enorme mayoría, quienes migran lo hacen huyendo de la violencia, de la pobreza, de la desesperanza. Nadie abandona su país, su historia, su familia, por gusto o deporte. Se cruzan fronteras porque ya no queda otra salida.
Y sí, como le dije a mi conocida, hay de todo. Como en todos lados. Pero reducir a millones de personas a una narrativa de crimen y amenaza es no solo injusto, sino profundamente cruel. Quienes emprenden ese camino atraviesan un viacrucis: recorren miles de kilómetros, ponen en riesgo su vida, su integridad y su dignidad, con la esperanza de encontrar “algo mejor”. ¿Cómo es posible no tener empatía ante eso? En verdad, nadie entrega a sus hijos e hijas a personas desconocidas por gusto, esa sola decisión habla de una desesperanza que no puede ni debe ignorarse.
Lo que también me preocupa o llama la atención, es que este discurso ha radicalizado incluso a personas que, por origen, tendrían razones para empatizar. He visto latinas y latinos, migrantes en general, en Estados Unidos repetir las mismas frases de odio que alguna vez fueron usadas contra sus propias familias. La memoria se diluye rápido cuando el deseo de ser aceptado pesa más que la historia propia. Pero la realidad no perdona: también a esas personas las están deportando.
Y mientras tanto, aquí en México, no cantamos mal las rancheras. Tenemos un gobierno federal que responde con ambigüedad cuando lo que se requiere es claridad. Y un vecino del norte que busca cualquier pretexto para aplicar presiones económicas disfrazadas de política migratoria. ¿Y todavía nos sorprende que la gente vea a ambos gobiernos como parte de una tómbola en la que, semana tras semana, nos toca perder?
No, no creo que Trump sea “un gran americano”, además, América somos todo un continente, no solo Estados Unidos. No lo creo porque sus acciones se basan en el miedo, la exclusión y la deshumanización. Pero tampoco creo que México deba seguir respondiendo con tibieza. Los derechos humanos no se defienden solos, y no hay soberanía que justifique mirar hacia otro lado. Hoy más que nunca, hace falta coherencia, y eso se empieza por nombrar las cosas como son, sin disfraz ni rodeos.