
Detienen a pareja por extorsión con vehículo con reporte de robo
—¡Ya basta!
El grito retumbó en todo el patio.
Cientos de niños se giraron.
Todos miraban a Ismael, de pie, descalzo, con las zapatillas en la mano y los ojos llenos de algo que no era miedo…
era dignidad.
Frente a él, tres compañeros reían, pero esta vez, sus risas se apagaban lentamente.
—¿Quieren seguir burlándose? —dijo Ismael, levantando sus viejas zapatillas rotas—. ¡Háganlo! Pero al menos ahora háganlo de frente.
Nadie dijo nada.
Nadie se atrevió.
Solo se escuchaba el viento.
Todo había comenzado esa mañana.
Ismael llegó al colegio como siempre: temprano, callado, con las zapatillas gastadas que su madre le había dado tras semanas de juntar monedas.
En el recreo, cuando corrió tras el balón, la suela se despegó del todo.
Tropezó.
Cayó.
Y la carcajada de Luis, el más popular del salón, estalló como una bomba.
—¡Se te salió el cartón de los pies, Ismael! ¿Estás jugando o limpiando el piso?
Las risas se multiplicaron.
Ismael no dijo nada.
Solo apretó los dientes.
Pero por dentro… algo se rompió.
Esa tarde, en casa, no quiso cenar.
Se encerró en su cuarto.
Pero su abuela, con esa sabiduría que no necesita llaves, entró igual.
—¿Qué pasó hoy?
—Mis zapatillas. Mi vida. Mi cara. Todo es una vergüenza, abuela.
—¿Y por qué lo crees?
—Porque ellos se burlan. Todos se ríen.
Entonces ella se sentó, le acarició el cabello y dijo:
—Hijo… nadie te puede hacer sentir inferior sin tu consentimiento.
—¿Y si ya lo hicieron?
—Entonces diles que ya no tienen tu permiso.
Al día siguiente, Ismael llegó con las mismas zapatillas.
Pero no con la misma alma.
Esperó al recreo.
Esperó al primer comentario.
Y cuando llegó, se quitó los zapatos y se paró frente a todos.
—Rían si quieren. Pero hoy, sus palabras ya no me duelen. Porque lo que tengo en los pies no me define.
Lo que me define es que yo no me burlo de nadie.
Y eso me hace más fuerte que ustedes.
Un silencio pesado cubrió el patio.
Luis bajó la mirada.
Y muchos que se habían reído… comenzaron a aplaudir.
No por los zapatos.
Sino por el valor.
Vestir con orgullo lo que tienes, aunque sea poco, vale más que disfrazar lo que eres con risas ajenas.
La verdadera vergüenza no está en usar zapatillas rotas…
está en reírse de quien no puede tener otras.
Y el respeto más valioso… no se exige.
Se gana el día en que uno se atreve a caminar descalzo.