
Aplican en Chihuahua 423 mil dosis contra el sarampión
Hace unos días, Javier “Chicharito” Hernández compartió en un live que sus parejas anteriores lo dejaron por “ser demasiado bueno”. Y sí, podríamos tomarlo como una anécdota más del espectáculo si no fuera porque revela algo más profundo: la forma en que muchos hombres siguen sin asumir responsabilidad afectiva, y cómo el discurso sigue colocándonos a las mujeres como las ingratas, las que abandonan y/o las que “no supimos valorar”.
No se trata de él. Se trata de todo lo que está detrás de frases como esa. De los discursos que escuchamos todos los días: “ella sabía en lo que se metía”, “pues para qué se viste así”, “¿y por qué no lo dejó antes?” entre otras tantas. Discursos que, en el fondo, siguen responsabilizando a las mujeres por la violencia que reciben, como si el comportamiento de los hombres fuera una fuerza natural imposible de contener.
La pregunta urgente es: ¿por qué los hombres creen que tienen derecho a controlar, a poseer, a violentar o a matar?
En el Poder Judicial desde hace algunos años se trabaja con talleres de reflexión para hombres que ejercen violencias, como parte de las medidas que dictan algunas personas juzgadoras. Ahí, varones que han ejercido violencia aprenden a cuestionar lo aprendido, a identificar sus reacciones y a desaprender ideas que normalizamos durante generaciones. Aunque estos procesos aún son limitados y muchas veces reactivos (es decir, llegan después de que ya se cometió la violencia), nos dan una pista: es posible reeducar.
Pero no podemos esperar a que un juez o jueza nos obligue. Necesitamos llevar esas conversaciones a nuestras casas, a las escuelas, a las redes sociales, a todos lados. Es hora de hablar con nuestros hijos, con nuestros amigos, con nosotros mismos. Enseñarles que las mujeres no son objetos, ni cuerpos disponibles, ni propiedad de nadie.
También es hora de soltar la culpa. No tengo que cubrir mi cuerpo ni el de mi hija para evitar la violencia. No tengo que modificar mi vida por temor a la mirada de otros. Esa carga no es nuestra.
El cambio no va a venir de discursos bonitos, sino de incomodarnos. De cuestionar las formas en las que seguimos perpetuando el machismo. De dejar de preguntarnos por qué las mujeres no escaparon a tiempo y empezar a preguntarnos por qué los hombres creen que tienen derecho a lastimarlas.
Hay muchas cosas que no están en nuestras manos. Pero hay otras que sí. Y una de ellas es la forma en que decidimos criar, hablar, educar y cuestionar.
Porque lo que no se nombra, no existe. Y lo que no se cuestiona, se repite.