
Lo vinculan a proceso por supuesto fraude cercano al millón de pesos
El México que habitamos hoy es el triste reflejo de décadas de descomposición social, que ha desencadenado situaciones alarmantes. Campos de exterminio, muertes diarias y un sinfín de madres que se ven obligadas a vivir en la incertidumbre, sin saber el paradero de sus hijas e hijos, son solo una parte del escenario escalofriante que enfrentamos. Este panorama sombrío pone de manifiesto una crisis humanitaria sin precedentes, donde el valor de la vida se convierte en un concepto subjetivo, fácilmente degradado por la brutalidad de nuestra realidad.
Como sociedad, hemos fallado en responder a las necesidades más urgentes de nuestros compatriotas. La desprotección en la que vivimos es tal, que la integridad de nuestros ciudadanos es atacada por grupos criminales que no solo buscan secuestrar, sino también despojar de su esencia humana, sumiendo a las víctimas en un abismo de sufrimiento y desesperanza. Este fenómeno evidencia el lamentable desprecio que, como sociedad, hemos llegado a tener hacia la vida misma.
Mi abuela solía decir: “¿Dónde están los valores? ¿Dónde está la familia? ¿Dónde queda la educación que nos enseñaron en la escuela?”. Preguntas que resuenan en un contexto donde la conciencia colectiva parece diluirse, y la búsqueda del bien común se vuelve un eco distante. Hablar de seguridad en un tejido social tan fracturado es hablar de la degradación que nos habita, una degradación que se manifiesta tanto en las mentes como en los corazones de millones de mexicanos.
Cada día, nos enfrentamos a la tentación de mirar hacia otro lado ante el sufrimiento ajeno. Nos dejamos llevar por una frivolidad que nos aleja de la comprensión de que, como mexicanos, somos responsables de cada uno de los actos que presenciamos. A menudo, respondemos con asombro o dolor, emociones que suelen desvanecerse en cuestión de días, dejando de lado la urgente necesidad de actuar y de buscar una mejora en nuestro entorno.
La descomposición social nos aleja de otorgarle un valor esencial a la vida y a nuestra existencia comunitaria, afectando todos los ámbitos de nuestra sociedad. La desintegración familiar se ha convertido en una triste norma, reflejo de lo que hemos descuidado como comunidad. Asimismo, el abandono escolar y la falta de empleo empujan a miles de mexicanos hacia el crimen organizado, muchas veces como única salida ante un futuro precario.
Al caer en estas redes, se libera lo peor de la humanidad, donde el temor se apodera de cualquier valor material o espiritual. Necesitamos un despertar consciente, un compromiso colectivo para rescatar no sólo a nuestras comunidades, sino a los ideales que nos unen como sociedad. La vida en México debería dejar de ser un dolor que se normaliza y transformarse en un símbolo de esperanza, dignidad y respeto por la existencia de cada individuo. Solo así podremos, verdaderamente, sanar las heridas de un México que duele.