
Mira lo que hacen
En la Nápoles se repartieron los “acordeones”. Tiras de papel que contenían los nombres de los más “convenientes” candidatos a ocupar los cargos en subasta.
Morena decidió poner fin a la transición democrática y construir un régimen sustentado en cuando menos cuatro pilares: 1. Anulación de las aspiraciones personales, 2. Consolidación de un Estado con actitud dual, donde se combina la represión y la captura de las economías de los individuos que reciben un ingreso del presupuesto, 3. Fuerte control en los medios y las comunicaciones, y 4. Un partido de gobierno con tendencia a ser único y que en su operación copta o elimina a enemigos.
Dentro de la agenda, el ideólogo del movimiento planteó desmantelar los contrapesos al Ejecutivo, al menos eso parecía al inicio. Sin embargo, capturar al Legislativo, suprimir los órganos autónomos y la independencia de la Corte va mucho más allá de eso. El centro del poder se traslada a Morena y en particular a quien la controla.
A las manos del ciudadano Mario Di Costanzo, vecino de la Nápoles, llegó uno de esos “acordeones”. De inmediato alertó al INE, quien para su sorpresa lo bateó porque no anexó videos para fortalecer su escrito. Con ello el órgano “garante” de la democracia evadió la responsabilidad de revisar la legitimidad del proceso electoral más importante del siglo. Ni el escéptico Tomás dudaría del uso de los acordeones y su influencia en los resultados.
Semanas antes de los comicios, la prensa dio cuenta de los instrumentos de referencia y de los nombres que se contenían en ellos. Milagro: fueron electos los personajes mencionados en el clarividente “rollito”. La posibilidad de la coincidencia: una en varios miles de millones.
La Ciudad de México tiene casi 100 mil cámaras de video propiedad del gobierno y tal vez más de un millón en manos de particulares. Nadie escapa del “gran hermano”, salvo que quien delinca sea su empleado. El poderoso INE, que doblegó a Facebook, ahora no puede dar seguimiento a quienes tocaron a la puerta del inquieto Di Costanzo. Bueno, si puede, pero no quiere, le vale “madre el país”, la democracia y esa señora que envuelta en una sábana lleva los ojos vendados.
Escribo estas líneas en uno de los infaltables atascos de la carretera 57 y recuerdo a Crosthwaite: “Pero no te imaginas, güey, lo que se sufre para conseguir un buen acordeón. Amén de que son carísimos. Mientras, convencí a un güey de que me rentara uno. No era muy bueno, estaba desafinado”.
Ni en la peor de mis borracheras estudiantiles, cuando en el lago de la deportiva sonaban Ramón Ayala y mi paisano Cornelio Reyna, el que se cayó de la nube, me pasó por la mente que un acordeón superara a Piero Calamandrei, inmortal maestro de Chiovenda.