
Los Polos de Desarrollo de Economía Circular, una oportunidad para México
No sorprende, pero si atemorizan las renuncias de Donald Trump, así sean reiteración de lo hecho en su primer mandato, a los compromisos mundiales contra el cambio climático o a favor de los derechos universales a la protección de la salud y el acceso a la educación, la ciencia y la cultura. El mandatario estadounidense no se explica ya como un accidente en la conducta democrática básica de esa sociedad, sino como la atalaya de una corriente nacionalista que reprocha e, incluso, hostiliza a otros pueblos a partir de prejuicios que niegan la igualdad esencial de las personas y la aspiración de la fraternidad universal.
No es solo abandonar compromisos, denunciar tratados y renunciar a organismos del Sistema de las Naciones Unidas surgido después de la Segunda Guerra Mundial, sino el olvido de los antecedentes, principios y propósitos que lo inspiraron. En la cruzada del Make America Great Again anida una voluntad de dominación. Los Estados Unidos alcanzaron y, no han perdido, lugares singulares para el progreso de la humanidad; investigación científica e innovación tecnológica en todos los campos, promoción y generación de expresiones culturales en las más variadas disciplinas, e instituciones de toda índole basadas y apegadas al imperio de la ley en su funcionamiento, por dar ejemplos. La recuperación de la grandeza a la cual se refiere Trump se ubica en lo obvio: la auto percepción de ejercer dominio mundial y así ser visto en el orbe. Poder desnudo, sin reparar en otro referente que la imposición por la vía de la presión en las relaciones bilaterales. Es una explicación hipotética primaria a su rechazo a lo colegiado y, desde luego, a lo multilateral.
Los fascismos del siglo pasado y el expansionismo bélico del nazismo obligaron a la amalgama táctica de los gobiernos de ideologías contrapuestas, pero mayormente amenazados: el Oeste liberal y capitalista y la Unión Soviética comunitaria y comunista. Derrotar al régimen de Hitler y las potencias del Eje cobró alrededor de 80 millones de vidas. La destrucción fue amplísima y demasiado dolorosa.
Con el objetivo de evitar, a toda costa, una conflagración similar, se creó la Organización de las Naciones Unidas; un sistema institucional planetario basado en el establecimiento de un orden internacional producto de los acuerdos y cimentado por principios universales. Vale señalar que para proscribir el origen de las guerras el consenso ubicó a los derechos humanos como aspiración de toda sociedad. No fue fácil, sobre todo por el clima de la Guerra Fría, pero en poco más de dos décadas se alcanzaron los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966). Antes de nuestra hoy enorme percepción de la globalidad en lo económico, estuvo la globalidad política de la post guerra y los ámbitos del Sistema de la ONU para elevar la calidad de vida de la población mundial a la luz del reconocimiento general y compartido de derechos y la obligación -auto contención- de los Estados-Nación por su protección, respeto y promoción, y también del balance de poder económico y militar resultante del armisticio: los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, de evidente interpretación pragmática y realista para la sustitución de la República China por la República Popular China en 1971 y de la URSS por Rusia en 1991.
Cayó en el Muro de Berlín y la inviabilidad política y económica trajo la desaparición de la Unión Soviética; en el mundo de las ideas la dicotomía entre libertades individuales o lo comunitario, se resolvió con la incorporación de los derechos sociales, y el mercado con el interés público para regularlo se erigió por encima de la economía de propiedad estatal y la ruta para alcanzar el comunismo. Y, desde luego, el contraste entre la vía de las elecciones libres y auténticas y los comicios tutelados sin competencia y resultados conocidos al postularse las candidaturas oficiales. En el escenario de la destrucción mutuamente asegurada concluyó la confrontación bipolar de la posguerra por la hegemonía mundial.
Alguna parte ha de acreditarse a los arsenales nucleares y las consecuencias de su uso, como alguna otra cabe ubicarla en la existencia y funcionamiento de la ONU y sus organismos, así como el equilibrio de sus plenos, su Consejo de Seguridad y sus funciones, su conformación con miembros permanentes y no permanentes y el veto de los primeros.
Los tiempos mundiales para el segundo mandato de Donald Trump invitan a valorar el riesgo de la ausencia de compromiso con el Sistema de las Naciones Unidas. Superada la contienda Este-Oeste, los intereses nacionales de los Estados con mayores capacidades -económicas, tecnológicas, militares- afloran por naturaleza. La aspiración de grandeza del inquilino de la Casa Blanca, con el desprecio de la ONU, que es a los principios y objetivos que la inspiran, debería mover a buena parte de sus miembros y de la humanidad a vislumbrar y prevenir el escenario más negativo para el consenso de cincelar el mundo a partir de la vigencia de los derechos humanos y las ideas de las libertades de pensamiento y de expresión, así como de la celebración de elecciones democráticas.
Sucumbieron los gobiernos totalitarios fascistas de la Europa entre guerras del siglo pasado, pero la ambición por concentrar poder y anular los contrapesos para su ejercicio bajo el control de la ley y los valores de libertad, igualdad y justicia ha resurgido con fuerza en los populismos de esta centuria.
En el mosaico de las ideologías progresistas o conservadoras se ha superpuesto una justificación para la concentración de poder: imperar requiere la intolerancia con quien piensa distinto o sostiene lo contrario, sustituyéndose la disputa por el poder entre -simplificando- izquierda, centro o derecha, por la antítesis de la democracia. Autocracias de una u otra inclinación política que conculcan la libertad de pensar, expresar y elegir. La democracia estadounidense se ha debilitado y tiende a borrarse el principio de la separación de poderes, aunque preserva la actuación formal.
Debilitar el Sistema de Naciones Unidas es una de sus expresiones hacia el exterior. La aspiración de hegemonía de Trump es una amenaza a la civilidad entre las naciones que encubre una conducta totalitaria. Toda erosión democrática en los Estados-Nación la potencia. La ciudadanía democrática y los Estados democráticos son la esperanza de hoy para defender un orden mundial que identificó los derechos de la persona y los colocó como su base.