
Política, poder y crimen: mezcla que exige respuestas a Andrea Chávez
Más ágil que una tortuga, más fuerte que un ratón, más noble que una lechuga… su escudo es un corazón."
Esta frase, convertida en símbolo cultural por generaciones, pertenece al Chapulín Colorado, ese antihéroe mexicano que, lejos de superpoderes tradicionales, tenía el más raro y necesario de todos: el coraje para actuar a pesar del miedo. Hoy, más que nunca, esa nobleza —casi extinta— es lo que más extrañamos como país, como humanidad.
En un México envuelto en polarización, violencia normalizada y una profunda crisis de confianza institucional, cabe preguntarnos con seriedad: ¿y ahora quién podrá defendernos?
No es una pregunta ingenua. Es el grito silencioso de millones que se sienten solos frente al abandono del sistema, frente a la simulación del poder, frente a la impunidad como ley no escrita. A diferencia del Chapulín, hoy no hay pastillas de chiquitolina para hacernos humildes ni chipotes chillones para castigar al corrupto con ternura. Hoy, los villanos no son caricaturescos. Llevan trajes, promesas vacías y cuentas bancarias en paraísos fiscales.
México atraviesa un momento histórico que podría definirse como el choque entre la esperanza y la resignación. Las elecciones recientes, las reformas regresivas, el debilitamiento del Poder Judicial, la militarización de funciones civiles, y una ciudadanía cansada, nos colocan al borde de un abismo ético y democrático. Pareciera que defender al país se ha vuelto una tarea sin candidatos. Nadie se quiere ensuciar las manos. O peor aún: muchos se las lavan en el nombre de “la transformación”.
Mientras tanto, en el mundo, la guerra se normaliza, el autoritarismo resurge disfrazado de nacionalismo, y las democracias parecen cada vez más frágiles. La inteligencia artificial avanza más rápido que la justicia social, y la empatía se desintegra entre algoritmos y pantallas. Vivimos una era de agilidad, sí, pero sin dirección. De fuerza, sí, pero sin propósito. De conexión, pero sin comunidad.
Frente a esto, la enseñanza del Chapulín Colorado se vuelve urgente: no se trata de ser el más fuerte, ni el más veloz, sino de tener corazón. Hoy necesitamos héroes cotidianos que no se escondan tras hashtags, sino que se comprometan en las calles, en las aulas, en los tribunales, en los medios, en las urnas, en sus hogares. Defender a México ya no es tarea de uno, sino de todos.
Ser noble no es una debilidad. Es una resistencia. En un país donde robar es parte del sistema, ser honesto es una revolución. En un mundo donde vale más el que grita que el que piensa, escuchar al otro es una forma de valentía.
Entonces, ¿quién podrá defendernos? La respuesta duele, pero también libera: nadie… si no somos nosotros mismos.